Una mañana,
tras un sueño intranquilo, Lautaro Godoy se despertó convertido en mujer. Un
olor a claveles bajo la lluvia le recorría los poros mientras las lagañas
penetraban en su sueño. Ese sueño y esos malestares en la memoria hacían de
cuenta que la rutina tornaba normalmente, pero al mirarse en el espejo y notar
sus labios empalagosos, sus pestañas largas y onduladas, y sus ojos color
avellana, el desmayo se apoderó de él; ¿o de ella?
Mis más
sinceras disculpas, olvidé presentarme. Yo soy el inconsciente de Lautaro, de
aquel que siempre quiso ser aquella, y no por cuestión de rosa y azul, sino por
Agustín.
Mi labor
aquí es relatar cómo los deseos, los prejuicios sociales y la propia costumbre,
generaron una ebullición sexual e impotencia en lo oscuro del alcohol.
El jardín y
la primaria decían lo suyo cuando Lautaro jugaba a la pelota, y en el momento
del festejo por un gol, acercaba y se pegoteaba lo más posible con los cuerpos
masculinos. Transpirados, olorosos, con los primeros bellos. Así y todos esos
abrazos y labios en cuerpo fueron sus primeros orgasmos. Orgasmos en los cuales
la felicidad trató de ocultar y maquillar los golpes de su padre, indignado con
los shorts “demasiado” cortos que llevaba al colegio para que Agustín lo mire.
Es que esos rulitos eran los únicos que sanaban los moretones, y sacaban una
sonrisa entre tanta angustia.
Los años
volaron, y llegó la secundaria. Un mundo aparte, donde se cuestiona y se
humilla al distinto; al que sale del cuadrado, al que no es un número.
Justamente en todo eso difería Lautaro, él quería distinguirse, verse, que lo
vieran. Que lo mire Agustín, ya con novia y con los rulos más largos (si, se
fue al mismo colegio que él).
Entonces, ¿cómo
sigue esto?
Ah, el
declive.
La
adolescencia en su ir y venir dejó heridas graves en la sociabilidad que
Lautaro dejo de expresar; de mariposas sensibles (esas que están en la panza) y
proyectos inspiradores, a neutro. A un neutro que se caía a pedazos íntimamente,
al cual la depresión lo dominaba de pies a ojos, ojos con lágrimas. Los
siguientes pasos fueron simultáneos al momento de la aguda depresión, y por
momentos las únicas sonrisas eran a través de un Jack Daniel´s . Y así como las
botellas de whiskys invadían el comportamiento autoflagelativo, las mañanas eran
en las plazas o en el boliche, vagando por ahí. En ese entonces lo vio.
Iba para los
bosques de Palermo supongo, y Lautaro para colegiales. La bicisenda de Godoy
Cruz permitió que viera esos rulos enormes y castaños, esos ojos enredados en
un verde laurel, y la sonrisa más imperfecta del mundo, pero le encantaba.
Lautaro estaba atontado, perdidísimo en la risa de Agustín; intercambiaron
algunas palabras y quedaron para verse un viernes de invierno, en un boliche
por Niceto Vega. Creo que acá todo giro en torno a un alma en llanto ahogada en
alcohol y pastillas, agonizando con un reencuentro sexual, y reviviendo imagen
por imagen los maltratos causantes de un derrame emocional.
Lautaro
Godoy se reincorporó con mucho dolor y pispeó con miedo su aspecto en el
espejo. Seguía siendo lo que en su opaca y agridulce vida deseó. Y obviamente
en su cama lo esperaba con un desgarro externo en el ano, una extracción de la
cervical, y el corte en su totalidad del cuero cabelludo, Agustín; bien muerto y listo para un buen sexo anal.
Asumís una idea arriesgada, pero no lográs desplegarla con fluidez porque, creo, confundís el deseo sexual con la identidad de género en un personaje que se nombra mujer pero es una versión masculina y nada creíble de una. Tampoco cierra el inconciente como narrador de estos sucesos. El final innecesariamente explícito es desagradable; podría terminar en "listo".
ResponderBorrarPor momentos, el discurso se torna confuso: rever construcción de oraciones, coordinantes, algunos términos.
NOTA: 7-