lunes, 10 de julio de 2017

resaca- Lautaro Godoy

Una mañana, tras un sueño intranquilo, Lautaro Godoy se despertó convertido en mujer. Un olor a claveles bajo la lluvia le recorría los poros mientras las lagañas penetraban en su sueño. Ese sueño y esos malestares en la memoria hacían de cuenta que la rutina tornaba normalmente, pero al mirarse en el espejo y notar sus labios empalagosos, sus pestañas largas y onduladas, y sus ojos color avellana, el desmayo se apoderó de él; ¿o de ella?
Mis más sinceras disculpas, olvidé presentarme. Yo soy el inconsciente de Lautaro, de aquel que siempre quiso ser aquella, y no por cuestión de rosa y azul, sino por Agustín.
Mi labor aquí es relatar cómo los deseos, los prejuicios sociales y la propia costumbre, generaron una ebullición sexual e impotencia en lo oscuro del alcohol.
El jardín y la primaria decían lo suyo cuando Lautaro jugaba a la pelota, y en el momento del festejo por un gol, acercaba y se pegoteaba lo más posible con los cuerpos masculinos. Transpirados, olorosos, con los primeros bellos. Así y todos esos abrazos y labios en cuerpo fueron sus primeros orgasmos. Orgasmos en los cuales la felicidad trató de ocultar y maquillar los golpes de su padre, indignado con los shorts “demasiado” cortos que llevaba al colegio para que Agustín lo mire. Es que esos rulitos eran los únicos que sanaban los moretones, y sacaban una sonrisa entre tanta angustia.
Los años volaron, y llegó la secundaria. Un mundo aparte, donde se cuestiona y se humilla al distinto; al que sale del cuadrado, al que no es un número. Justamente en todo eso difería Lautaro, él quería distinguirse, verse, que lo vieran. Que lo mire Agustín, ya con novia y con los rulos más largos (si, se fue al mismo colegio que él).
Entonces, ¿cómo sigue esto?
Ah, el declive.
La adolescencia en su ir y venir dejó heridas graves en la sociabilidad que Lautaro dejo de expresar; de mariposas sensibles (esas que están en la panza) y proyectos inspiradores, a neutro. A un neutro que se caía a pedazos íntimamente, al cual la depresión lo dominaba de pies a ojos, ojos con lágrimas. Los siguientes pasos fueron simultáneos al momento de la aguda depresión, y por momentos las únicas sonrisas eran a través de un Jack Daniel´s . Y así como las botellas de whiskys invadían el comportamiento autoflagelativo, las mañanas eran en las plazas o en el boliche, vagando por ahí. En ese entonces lo vio.  
Iba para los bosques de Palermo supongo, y Lautaro para colegiales. La bicisenda de Godoy Cruz permitió que viera esos rulos enormes y castaños, esos ojos enredados en un verde laurel, y la sonrisa más imperfecta del mundo, pero le encantaba. Lautaro estaba atontado, perdidísimo en la risa de Agustín; intercambiaron algunas palabras y quedaron para verse un viernes de invierno, en un boliche por Niceto Vega. Creo que acá todo giro en torno a un alma en llanto ahogada en alcohol y pastillas, agonizando con un reencuentro sexual, y reviviendo imagen por imagen los maltratos causantes de un derrame emocional.

Lautaro Godoy se reincorporó con mucho dolor y pispeó con miedo su aspecto en el espejo. Seguía siendo lo que en su opaca y agridulce vida deseó. Y obviamente en su cama lo esperaba con un desgarro externo en el ano, una extracción de la cervical, y el corte en su totalidad del cuero cabelludo, Agustín;  bien muerto y listo para un buen sexo anal.

1 comentario:

  1. Asumís una idea arriesgada, pero no lográs desplegarla con fluidez porque, creo, confundís el deseo sexual con la identidad de género en un personaje que se nombra mujer pero es una versión masculina y nada creíble de una. Tampoco cierra el inconciente como narrador de estos sucesos. El final innecesariamente explícito es desagradable; podría terminar en "listo".
    Por momentos, el discurso se torna confuso: rever construcción de oraciones, coordinantes, algunos términos.
    NOTA: 7-

    ResponderBorrar