martes, 23 de mayo de 2017

"Atom" Daniel Vorona

-¿Cuanto tiempo puede tardar una charla tan simple? - Pensó Dorote, que tan solo deseaba cruzar el río y terminar su turno esta dimensión, era tan denigrante servir para Dios. Un sistema tan estúpido en el cual ella sola hace todo mientras Nelson lo guía hacia el río.

Era un hombre de unos cuarenta años, piel oscura y con un anillo. Ve su mirada o mejor dicho no la ve, sube al bote no habla o conecta la mirada. Comienzan la cruzada por el rio y Dorote no tiene claro cómo empezar, 40 minutos de su cabeza derritiéndose.

-¿En que te tocara reencarnar?-Pregunta Dorote.
-¿Dueño de esclavos.- Responde fríamente Atom.
-¿Cuantos años?- Dijo Dorote señalando la el anillo.
-Simplemente comprometidos- tartamudeó el hombre -¿Y que sera de mi esposa?- Pregunta provocando una sonrisa en Dorote.
-¿No te parece gracioso? Un hombre muere y en el camino hacia su reencarnación se pregunta por lo que será de su esposa a pesar de que esta le haya engañado.-
-¿Que hizo que?- Interrumpió Atom con una voz más aguda de lo normal.
-Eso es lo mejor de todo, a pesar de que sentía mucha culpa por sus acciones, entre el horror de la situación también tuvo una sensación de alivio al escuchar tu muerte a distancia.- Dijo sin tratar de explicar duda alguna de Atom -Alivio de no tener que decírtelo a la cara, de no tener que arriesgar la vida que ha construido contigo y sobretodo de no tener que lastimar tus sentimientos. Tus deseos de danarte son dependiendo la situación.-

Atom sufría entendiendo lo que Dorote le decía. Trato de voltear su mirada por un segundo y ver las aguas el río fluyendo, fue entonces que reparó en algo peculiar: estaban dando vueltas en círculos.
-¿Que es este lugar?- Preguntó a su instructora -Este espacio es una sala de espera- Explicó Dorote-
-¿Esperamos algo en particular?-
-Esperamos que tu puedas reflexionar sobre tu rol como humanidad antes de reencarnar en alguien.- Pensó un poco y trato de corregir.
-¿Entonces es una espacio de reflexión para mi y el resto de la humanidad?
-Atom no hay ningún resto de la humanidad.- Continuó -Sos cada persona que existe, existió o existirá jamás.- Suspiro y tomo fuerzas para seguir una vez más -Cada vez que lastimas a otra persona te estas lastimando a ti mismo, cada vez que haces que haces algo lindo por otra persona te los estas haciendo a ti mismo  y cada vez que viste a alguien de mala manera vos mismo te estabas viendo mal.-

Atom veía la orillas del río a pesar de que el bote no dejaba de dar vueltas en círculos. El tiempo era limitado y debía utilizarlo bien.
-¿Como podria ser yo cada persona que ha pisado mi planeta si ni siquiera tengo un recuerdo de vida anterior alguna?- Interrogó al ave.
-Atom eres el alma de cada persona que haya pisado la tierra. Cada vez que vienes a este espacio de espera meditas sobre lo que es correcto y que deberías haber hecho durante ese ciclo, porque cada vida es eso: un ciclo que te sirve para ver qué tema puedes mejorar o incorporar en un código moral para mejorar tu conciencia y avanzar como sociedad.
La única manera en la que llegarás a conseguir la paz y aceptación de toda tu especie será cuando camines 40.000 kilómetros con cada par de pies.

Y asi fue cientos de billones de ciclos después Dorote pudo tomar un último paseo en su bote a través del río, esta vez no sería Atom el que cruzaría las puertas hacia las puertas de la reencarnación.

Imagen: https://ar.pinterest.com/pin/363102788694015534/ 

"El Arlequín", por Ivan Ocampo



El Arlequín


Es Irónico como mi gran obra fue inspirada por mi peor momento. Yo soy Frederick Johnson y hace 37 años que vi por primera vez la luz, que respire aire puro. Soy profesor de Matemáticas en la Universidad de Buenos Aires, este trabajo me alejo de mi hogar en el Sur del país, pero el intento de honrar la memoria de mi abuela me trajo de vuelta a este.                                                                        
El viaje se hiso eterno, iba escuchando música en un desesperado intento de desconectarme un rato de todo lo que estaba ocurriendo, mirando como las gotas de agua se deslizaban por la ventana. Al llegar hubo una triste bienvenida, muchas lágrimas y más tarde una ceremonia donde solo se podían ver colores oscuros.
Dada la razón de mi regreso a casa, había hablado con la universidad pidiendo una semana de licencia, para ayudar a mis padres a llevar o mover y guardar las cosas de la abuela.
Cuando hacia esto, mi padre me pidió que me ocupara del altillo de la casa, pero nunca se me hubiera imaginado lo que encontré ese día allí. Al subir a este pude observar un cuadro, perfectamente colgado en la pared, era un cuadro de lo que parecía un payaso sonriente. Me pareció algo raro tener un cuadro tan bien cuidado, ya que todo lo demás estaba cubierto en polvo o tapado con sabanas. Me acerque para verlo más detenidamente y tratar de pensar cómo podía bajarlo de donde estaba colgado, sin dañarlo, pero al acercarme unos pasos algo mágico paso, el cuadro me hablo.
Al principio me asuste, no podía creer que una pintura me estuviera hablando, creía que me había vuelto loco o algo. Pero para mi sorpresa, después de varias horas de shock y demás pude sostener una conversación con él. Me pregunto por María, así se llamaba mi abuela, al parecer no sabía que había fallecido, pero al enterarse de la noticia algo interesante paso, todo el cuadro cambio de tonalidades y colores cuando este se puso triste. Por esto concluí que la pintura cambiaba de color y tonalidades según lo que sentía, por más loco que sonara.
 A partir de ahí, todos nuestros temas de charla parecían girar en torno a ella. El me conto varias historias y charlas que tuvo con María. Me dijo que ella me apreciaba mucho y que me extrañaba aún más, le explique que tenía un trabajo lejos enseñándole a jóvenes, aunque esto me hiso sentir peor. Yo también la extrañaba y de algún modo lo que me dijo esta obra de arte mágica me hiso entender que la había abandonado.

  Me hablo de las historias que la abuela le contaba sobre el amor que se tenían ella y mi abuelo, sobre lo orgullosa que parecía estar de mí, etc. Pero, sobre todo, hablando con él pude llegar a conocer más a mí abuela. Al llegar el fin de la semana, me decidí por llevármelo conmigo, y colgarlo en la casa. Me despedí de mis padres y de mi hermana sin decirle a nadie lo que había encontrado ese día, tengo la esperanza de que un día, este, ayudara a mis hijos o a mis nietos a conocerme mejor, como me ayudo a mí a estar más cerca de María.


Victor Nizovtsev | АртКарточное. Обсуждение на LiveInternet - Российский Сервис Онлайн-Дневников:

"Olas de Ardora", por Alina Di Marco

Todo parecía estar bien: reinaban la paz y la camaradería; “vive y da vida”, era el lema de aquellos morochos nativos. La gaia les proveía mucho y el resto, era resultado de sus empáticos lazos.

La primera en notar el cambio fue la tortuga más antigua del montoncito de islotes, cuando un bote interceptó la gaiala. En su calmo nadar, notó a aquella casi inédita blanca exótica, que parecía estar agonizando. Sabia y rememorando, movió las aletas para ahuyentarla, pero no lo logró.

Bajó en el islote más alejado, por precaución, y se acostó sobre la clara arena, ya sin opción, a esperar la muerte, cualquiera fuera…  Llegó un hombre, con una exuberante libertad salvaje, la observó desde incontables ángulos. Luego corrió a su refugio, que parecía haber salido de un filme de Tim Burton.
-Hola.  Sollozó ella sin esperar que la entendiera.
-¿Por qué viniste?  Preguntó amablemente mientras le daba un manto, una humeante bebida y pescado. ¿Puedo? Ella asintió y Silvestre le puso ungüento en las heridas.
-Mi progenitor envía cadáveres y basura aquí,  ¡Y planea traer toneladas más! Quiero ayudarlos a impedirlo, y preservar su cultura y  paisaje.
- Siempre les digo pero me tratan de loco; van a comerte. Contestó con tristeza.

Aquella noche, como de costumbre, se reunieron a  danzar alrededor del fogón, comer, y luego volver a bailar. Cuando llegó la hora de contar un cuento, Silvestre tomó la decisión.
-En un conjunto de islotes, vivía una enorme comunidad que no quería que nadie rompiera con su paradisíaca paz, por lo que cada vez que alguien llegaba a la isla, lo cenaban. Adobaron a cada visitante  (no sin juzgar cada caso antes) a excepción de uno solo. Era un pequeño niño que habían traído en contra de su voluntad. Pero no solo las mujeres que lo adoptaron lo llenaron de amor, sino que toda la isla lo quiso. Adoraba la comunidad, pero  él creció  cargado de culpa, sintiéndose con menos identidad y muy distinto. Solía aislarse en La Amapola, islote en el cual habían desembarcado quienes lo trajeron. Allí jugaba con los objetos que el océano le brindaba y con los que le quedaron y experimentaba e inventaba. Ahí, rompía en libertad. Como ningún otro habitante pisaba ya La Amapola, nadie le creyó cuando les dijo que llegaban muchos nuevos habitantes sin vida. Silvestre siempre lo repitió pero  los nativos creyeron que era otro mas de sus delirios. Para ellos, ese islote tenía energías negativas, ya que les habían llegado mareas rojas y extraños objetos y él al frecuentarla, terminó maldito con la soledad y, la extravaganza . Hasta que una noche como aquella, una mujer llegó y le dijo la causa: un malvado y poderoso sociópata, tiraba allí su basura. Como ella vino con la heroica y kamikaze misión de ayudar a los isleños, estos comprendieron que no debían comerla. Incluso no se necesitó del consejo para decidirlo. Juntos lograron que ningún polizonte más, llegara a la isla.

Muchos se quedaron atónitos, otros reflexionaron y otros lo  abuchearon y le dijeron que dejara la Amapola y que era imposible que él pudiese entender a esa mujer porque nadie conocía nuestro lenguaje. Pero ellos bien sabían que él era el único extranjero aceptado allí y que no había olvidado sus raíces: se quedaba horas mirando esos “libros” y tocando sus raros instrumentos, entre otros tantos disparates.

Mientras tanto en Amapola, Amaranto buceaba en la penumbra de aquellas desconocidas costas, son su cámara infrarroja. Él tanteaba con las manos y hacía pozos en busca de alguna vida pasada. Cuando ve algo que va trayendo una ola y sí, era una familia entera exiliada del mundo. Ya con las pruebas necesarias (su misión realizada) se marchó, tal como le había jurado a Tiffany.

Aquella noche, marcó un antes y un después. Aquel asqueroso burgués perdió toda libertad. Pero los isleños sintieron muchísima culpa. Creían en el perdón. Por lo tanto, mediante Tiffany y Amaranto, lograron traerlo cautivo. Si bien perdió la independencia todo el trayecto hasta allí, una vez en la isla la recuperó ¡Y mucho más! 
Mediante terapia de amor, y no de shock, él entendió. Y si bien las familias de los naufragos cuerpos no consiguieron la suficiente justicia porque nadie les devolvería aquellas vidas, aquel burgués usó su poderío para hacer del mundo un lugar mejor. Desgracias tales como guerra, hambre, violencia, discriminación y hasta capitalismo fueron erradicados.


Cuento Lengua Jeronimo Ferrari

Las Ideas

















Muchos se preguntarán que pasa con las cosas y acciones que uno nunca se animó a hacer por miedo. Dicen que se esfuman con el tiempo, que en algún momento ya la gente no le da importancia, también dicen que, si una persona no las hace, otra va y aprovecha para hacerlo.
El Sr. Zhao es el encargado de implantar las ideas de una persona que no se animó a hacerlas, en la cabeza de otra persona que él vea capaz de hacerlas. Estas ideas, al momento de llegar a Zhao, llegan a su valija (se esfuman) por no ser aprovechadas y luego él se encarga de implantarlas en otras personas.
Desde chico que se dedica a esto. A los 5 años fue hurtado de su familia por su jefe, Lin Wáng, quien domina a los recolectores de ideas, asignados por país. Él le ofreció a Zhao recursos en cambio de trabajo, dejándolo sin opción. Y al momento de cumplir los 18, Zhao no lo volvió a ver.
Un día normal Zhao volvía de su trabajo caminando por las calles de Hong Kong, para ir a cenar a su casa. Al abrir la puerta de su departamento, encuentra una carta en el piso del correo chino. En la solapa decía: Del Sr. Feng para el Sr. Zhao.
Zhao no sabía de qué trataba esta carta, le parecía raro, ya que los últimos 40 años no se había relacionado con nadie más que el Sr. Lin. Al abrirla, decía; “Sr. Zhao, seguramente usted no se acordará de mí, pero yo si de usted. Se que sonará extraño lo que le voy a pedir, pero necesito que lo piense muy detenidamente. Soy dueño de una cadena de supermercados en Argentina y no tengo a quien dejarle mi herencia. Mi familia y mis amigos ya no están, recurro a usted como última opción. Saludos”.
Al terminar la carta, quedo enmudecido. Se le pasaban tantas cosas por la cabeza, ¿qué iba a hacer con su trabajo?  ¿cómo viajaría hasta Argentina y dónde se hospedaría? ¿quién era el Sr.Feng? El idioma no era un problema, sabía español. Es más, no sabía si iba a ir, si iba a tomar semejante responsabilidad. Al dar vuelta la carta, iban pegados un pasaje de avión a argentina, que salía el día siguiente al medio día y una foto, en blanco y negro, en la cual había dos niños jugando a la pelota. A uno lo reconoció, era él mismo y el otro era el Sr. Feng, se acordó de ese momento. Ya tenía dos de sus preguntas respuestas.
Lo pudo pensar bien y decidió ir. Fue a visitar a Lin a explicarle el problema y a pedirle que busque a un reemplazante mientras él no estaba. Al día siguiente fue al aeropuerto y tomo su avión rumbo a Buenos Aires.
Al llegar al aeropuerto vio a un hombre robusto mostrando un cartel con su nombre, se acercó y le preguntó:
-          Sr. Feng?
El hombre guardo el cartel
-          Acompáñeme, por favor – exclamó.
Zhao lo siguió hasta llegar a un auto. El hombre le abrió la puerta de atrás, le guardó el equipaje en el baúl y se sentó en el asiento del conductor. Estuvieron viajando desde el aeropuerto al hospital, donde allí lo esperaba el Sr Feng.
Al momento de llegar, el Sr Feng se alegró al verlo, le contó de los proyectos que tenía en mente y que tenía 4 supermercados a lo largo de la Capital Federal, que quería que Zhao los controle y los organice de manera cuidadosa. Que al mudarse a Argentina perdió su familia y sus amigos en China. También le dijo que tenía un hospedaje reservado para él, y que, aunque a él no le importara mucho la plata, cobraría muy bien.
Zhao comprendió la manera de organizar del Sr Feng y al día siguiente fue a visitar los 4 supermercados, a hablar con sus empleados acerca de cómo quería organizadas las cosas. Apenas entrar al tercer supermercado, que quedaba en Caballito, cerca de donde él se hospedaba, sintió un perfume de mujer que de alguna parte lo conocía, pero no le dio mucha importancia, ya que él iba a hacer su trabajo, no quería distraerse.
Al finalizar su charla, se acercó a hablarle a una chica de la caja, en ese momento supo de quién provenía ese perfume que le había gustado tanto. Su nombre era Mei, Zhao pudo conversar con ella pero poco tiempo porque debía visitar el otro supermercado.
Al pasar dos meses de su trabajo, el Sr. Feng murió. Zhao en ese tiempo lo había ido a visitar debido a que se sentía acompañado con él, fue por eso que su fallecimiento le afectó.
Estuvo una semana sin salir de su casa. Cuando empezó a salir era para fumarse un cigarro sentado en frente del supermercado donde trabajaba Mei, para verla salir del trabajo e ir a la parada del colectivo. Zhao sentía un vacío que no se iba, sabía con qué llenarlo, pero no cómo.
Un día Zhao despierta y ve que en su valija había una idea. Le pareció extraño porque ya no estaba en ese trabajo. Era una idea para Martín Fernández, quien trabajaba en uno de sus supermercados, en el que trabajaba Mei. Esa noche Zhao implantó la idea en Martín.
Al día siguiente Zhao estaba convencido de hablarle a Mei, así que la esperó a la salida del trabajo. cuando ella salió, la vio acompañada de un hombre, era Martín.
Por miedo a que las cosas le salgan mal, Martín aprovechó y se animó.

Desde ese momento, Zhao aprendió y aprovechó las ocasiones que se le presentaron en la vida.

Mi cuento- Pedro Mazzoni


La chica y el maniquí



Patricia y su mejor amiga estaban muy felices porque después de tanto tiempo y esfuerzo Patricia estaba por bailar a la noche en esa gran teatro donde le demostraría a todo el mundo quien era la mejor bailarina de valet de todos los tiempos.
Habían salido temprano a comprar un vestido para la noche cuando, de repente, un hombre muy fuerte, grande y temible les robó todo su dinero. Luego de ese horrible momento Patricia volvió a su casa llorando.
La amiga estuvo todo el día buscando la forma de poder conseguir un vestido para Patricia, pues sin uno jamás podría ir al teatro. Finalmente pensó que no tenía otra opción que robar el vestido de algún negocio y devolverlo al finalizar la noche.
La muchacha esperó hasta las siete de la tarde cuando el negocio cerraba y  entonces nadie más aparecería. Luego, con brutalidad, rompió la vidriera que daba al vestido y rápidamente agarró el maniquí que Patricia necesitaba. Era blanco y muy hermoso; lo acompañaba un collar de perlas. Ella se quedó un momento admirando el vestido antes de llevárselo.
 Recién cuando terminó de salir del negocio con el maniquí en sus brazos apareció Paul, un empleado del lugar que se había olvidado las llaves de su casa. Apenas la vio a la pobre muchacha que cargaba el vestido se fue a buscar a gritos a la policía.
Asustada, la chica empezó a correr a la casa de su amiga. Corrió más rápido que nunca en su vida y eso que de por sí ya era muy veloz.
 Mientras que corría se escuchaba al policía correr detrás de ella. Él era un sujeto muy grande y corpulento que gritaba cada tanto -¡Alto en nombre de la ley!
 Ella lo único en lo que pensaba era en Patricia con ese vestido bailando en el teatro. Eso le recordó que no necesitaba el collar y lo rompió desparramando todas las perlas en el piso. El policía se resbaló con el collar lo que le dio tiempo suficiente a la chica para dejar el vestido frente a la puerta de la casa de Patricia, tocar el timbre y salir corriendo para el otro lado con tal de distraer al policía para que no se diera cuenta. Pero solo alcanzó para distraerlo, no paraescaparse, ya que a la larga la capturó.
Yo estoy seguro de que si tiraba el maniquí en cualquier lugar antes  ella podría haber escapado, pero no, optó por darlo todo con tal de que su amiga pudiese lograr su sueño.
En cuanto la agarró a la pobre muchacha, el policía le gritó -¡Donde está lo que robaste pequeña ladronzuela! – A lo que la chica respondió en llantos –No se dé qué me habla-. Entonces el policía le pegó a la muchacha y le dijo –Si no me dices dónde dejaste lo que has robado será la peor decisión de tu vida-. Pero la chica en lo único que pensaba ahora era en su amiga con una gran sonrisa en la cara.
Luego, el policía mandó a la cárcel en donde solo le dieron una rodaja de pan y un agua sucia  para cenar. Estaría ahí unos días
Pero eso ya no le importaba, durante el resto de la noche ella no pudo parar de sonreír. 

lunes, 22 de mayo de 2017

Mi cuento - Malena Cortes.


Sumergida

Caminaba a lo largo de la orilla, sintiendo el ardor de la arena quemando sus pies. El mar sugestivo la acariciaba y luego se retiraba. Ya se hacía presencia el bello atardecer mostrando como se escondía en el horizonte esa magnífica luz. Que fascinante era contemplar esa esplendida vista. El tiempo parecía quieto y sin embargo habían pasado varias horas. Toma conciencia de esto, por lo tanto, retoma su camino de vuelta.
Al entrar a su hogar, se encontró con sus padres, y estos se mostraban muy preocupados, ya que se había encontrado ausente demasiado tiempo. Su padre con el ceño fruncido la envió a su habitación. No logro enfadarla, todavía podía sentir en su rostro la hermosa brisa veraniega, y sus pensamientos la conectaron directamente con el mar.
Halló unas cajas debajo de su cama, al abrirlas termino sorprendida. Estas tenían un aspecto muy peculiar; pudo notar que dentro de ellas estaba lleno de caracoles de mar de diferentes colores y tamaños, y se asombró ya que la habitación se encontraba llena de luces mágicas. Que bello era. Tomó en sus manos uno de los caracoles y los acerco delicadamente hacia su oído, y este tenía un sonido igual al mar. Cerro sus ojos, respiro profundamente.
Algo cambio. Se sentía de una forma muy diferente, pero no sabía cómo explicar la sensación que estaba viviendo. Sus piernas se habían convertido en unas relucientes escamas anaranjadas. Solo lo compartía con sus caracoles, era su secreto. Pero cada vez que ella cerraba las cajas, su cola desaparecía y se reencontraba con sus piernas. Estos cambios que se producía, la divertían y a su vez le generaba mucha intriga.
No era la primera vez que realizaba largas caminatas por la playa. Su padre al no saber cómo ponerle un límite, buscó en la habitación de ella y se encontró con las cajas. Observo que habían unas llaves colgadas en la pared; tomo las mismas en sus manos, y a pesar que eran las correctas, fallo en el intento. Se enfadó tanto al fracasar, que se las llevo para nunca devolverlas.

Sumergida en un mar de sueños, despertó desesperada y angustiada. Era de madrugada. Se destapo rápidamente para ver si seguía con esas diferentes extremidades. Su corazón agitado y sus lágrimas en los ojos estaban llenos de confusión, no comprendía que era lo que había sucedido. Automáticamente salto de la cama en búsqueda de las cajas, y con una mezcla de susto y de sorpresa, vio que las mismas estaban ahí. Su confusión aumentaba, en su interior todo era vertiginoso. No lograba identificarse, no se hallaba, aun sabiendo que tenía junto a ella a sus caracoles. Intentó abrirlas para que la luz de sus caracoles le diera calma, pero se sobresaltó ya que estas no estaban allí. Se encontraban vacías. Estaba perdida y muy entristecida. Las cajas estaban oscuras, ella las veía y al mismo tiempo se quedaba sin aire.
Todo se oscurecía, sentía que se desvanecía, que su cuerpo de convertía en arena…

Los pájaros cantaban suavemente posados en su ventana, sin embargo en su habitación no había calma, todo giraba en confusión. Se incorporó en su cama lentamente y vio que  sus piernas hermosas habían vuelto a la normalidad, y que el recuerdo de su reluciente cola de sirena ya no estaba.


CUENTO LENGUA LUZ BORDA "TARDE"


TARDE



Lo conocí hace 14 años, una noche de verano, en un bar. Se acercó a hablarme muy confiado y me invitó un trago. Esa misma noche comenzó nuestro romance, a las semanas ya estábamos saliendo, a los meses en pareja. Las cosas iban muy rápido, aunque bastante bien para ser tan jóvenes. Hace unos 10 años en el festejo de mi cumpleaños número 22°, me levantó la mano por primera vez, estaba impactada. Tiempo atrás había tenido comportamientos agresivos, pero no tan notorios, nada preocupante a mi parecer. Durante un largo tiempo, todo fue una montaña rusa. Días buenos, días malos, a veces muy malos. Luego todo se tornó gris, más bien negro. No importaba qué hacía o qué decía, todo era motivo de gritos o golpes, maltrato de cualquier tipo. Al año tuvimos a nuestro primer hijo, Lucas, el desafío más difícil de mi vida. Y un año después, a Facundo. Nunca pedí ayuda, no creía necesitarla. Mi marido trabajaba de contador, eso me hacía pensar que estaba estresado y que tan solo se desquitaba conmigo. No me daba cuenta pero vivía preocupada, un mínimo ruido en la casa y yo cubría mi cara, pensando en su puño cerrado junto a mi mejilla. Luego de unos meses, empezó a colaborar más en la casa, con los chicos, se portaba bien conmigo. Aunque como decía mi mamá, todo lo que sube tiene que bajar. Y así fue, se le fue el amor de nuevo, se le esfumó la alegría, volvió la amargura y la violencia. Lucas y Facundo, al ser más grandes, observaban las situaciones, callados, sin entender mucho. Sufría al pensar que ellos se convertirían en la misma bestia. Cada día era peor, ya no aguantaba más, quería que se fuera de mi casa, pero no podía. No quería arruinarle la vida a mis hijos, alejándolos de su papá, aunque ahora que me doy cuenta, fue una mala decisión.

Los años pasaron y las cosas no cambiaron, pero aquella noche llegó lo peor. Aquel fue un día común y corriente igual a todos los demás. Lleno de gritos y golpes, llantos e injusticias. Tendría que haberme dado cuenta antes que sus manos no eran tan tibias como pensaba, no todo era color de rosa. Ahora ya era tarde, estaba tirada en el piso, rota como un simple y barato objeto. Así me trataba él, qué ilusa que fui. Esta vez ya no hay vuelta atrás, pensé. Mi cuerpo despedía sangre por todos lados, y todavía recuerdo, fuertemente, los gritos desconsolados de mis hijos. Intentaba abrir los ojos y solo alcanzaba a ver unas luces verdes constantes, insistentes. Mi interior quería gritar a más no poder pero mi garganta no respondía, quería golpear y mi mano no la sentía. Quería patalear y llorar para que me saquen de ahí, Lo único que quería era ver a mis hijos, Lucas y Facu, de tan solo 8 y 9 años. Solo me interesaba confirmar que sus pieles no sangraran, sus almas no lloraran, sus muñecas no se quiebren y su vida no se arruine. Estaba en el lugar equivocado, se suponía que estaban intentando curarme pero había manos que me tocaban sin parar, gente que gritaba, y muchas luces, No existía lugar donde mi triste realidad, en aquel entonces, no se hiciera presente; aunque no era lo más importante en ese momento. Luche, desde lo más profundo de mi ser, para vivir. No pude.

Poco a poco, mi alma dejo de llorar, mi corazón se detuvo, mis oídos callaron y mis ojos cerraron. Lo último que pude ver y escuchar fue a mis hijos despidiéndose de mí. Me hubiera gustado poder advertirles, que ese adiós seguramente iba a ser un hasta pronto, no un hasta siempre. Como siempre, ya era tarde. Muy tarde.

Mi cuento - Micaela Rossi

Infundios


Levantarse, ir al colegio, volver a casa, dormir. Cinco días de la semana. dos días mas para descansar o estudiar. "Eso es de lo único que se tienen que preocupar los chicos" muchos dicen. Y es cierto, para algunos e solo eso. Esas personas simplemente viven, no les importa esas palabras molestas, no las escuchan, ni las miran. Pero no todos somos iguales, no todos sentimos igual. 
Así que ahí esta ella, sentada, esperando. Todos hablan de una gran fiesta. Sabe que no necesita una invitación, pues todos podían ir; pero no está segura, necesita oírlo. Por lo menos que dijeran "¡vayan a la fiesta! están todos invitados". Así se sentiría parte, incluida. Aunque no lo fuera, aunque se engañara. Entonces se prepara, solo tenia que levantarse, caminar hacia ellos y preguntar. Solo eso y podría ir. Era muy sencillo, o por lo menos eso parecía.
Miro decisiva a los chicos que se reunían en un circulo y planeaban que harían el fin de semana. Pero en el segundo antes de despegarse de aquella silla de madera se arrepiente. 
Ahora, el lugar donde se encontraban sus compañeros estaba muy lejos. El aula se había convertido en un laberinto. Se parecía a un cable enredado imposible de desatar. Ella se encontraba en un extremo y la fiesta en  el otro. Pasaba el tiempo muy rápido y la niña seguía en esa posición, aterrada e inmóvil. Otro sábado, pensaba, jugando al Monopoli con su abuela, aquella que en mitad de la partida quedaba con la cabeza colgando y con la boca abierta, balbuceando palabras sin sentido; o al Twister con su hermana pequeña, que si no ganaba hacía una rabieta y empezaba a llorar llamando a su madre. Otro sábado en su casa. el timbre tocó y todos salieron precipitándose hacia la salida, no quedó ningún alma en aquella clase.
Desesperanzada, caminaba por el sendero interminable hacia su casa. Cargaba su mochila como si tuviese pilares en su espalda. Eran cuadras eternas. Sonaba una melodía en sus oídos. Y entonces, de repente, se paró. Siente una vibración en su bolsillo derecho. Al principio se sorprende, pero luego se da cuenta de que había recibido un mensaje. "Vas a la fiesta; no?". Lo leyó y lo miró con detenimiento, repasó cada palabra en su mente. Era lo que necesitaba. Aceleró el paso, en segundos llegaría. Pasaría por Bernie´s a tomar una chocolatada? O por la casa de Ana a regresarle los apuntes que le había prestado? no era que los necesitara ya, la materia la había rendido hace años. No, no había tiempo, tenía que prepararse. Entró a su casa y de a saltos subió las escaleras, escuchó un grito, tal vez la madre la llamaba, ¿había dejado la puerta abierta?. Lo ignoró. Llegó a su cuarto y se detuvo frente a su armario. Lo miró aterrorizada. Sonidos insoportables resonaron en su cabeza. Palabras saliendo de bocas. Personas murmurando, hablando de cuestiones ajenas, algo que no les pertenecía. Risas, muchas risas; y llantos, demasiado sufrimiento. Esos dientes que antes dibujaban su cara ya no estaban. Sus dos grandes ojos ahora se entrecerraban y se llenaban hasta rebalsar. Deseaba con todas sus fuerzas detenerse. Dolores fuertes rondaban en sus pensamientos. Se dejó caer, se deslizó por las suaves sábanas, hasta llegar a la cabecera y dejó que estas la abrazaran. Quedó mirando hacia arriba y las palabras "Vendras a la fiesta, no?" se repetían una y otra vez. las rajaduras del techo se agrandaban, se convertían en agujeros negros. tan grandes que podrían absorberla y llevarla a un vacio sin fin.
Entonces, un grito la despertó de su trance, y esas aberturas que hace un rato eran enormes, se habían convertido en grietas pequeñas. Tirada por un hilo, se levantó, se quitó la mochila y se acomodó en el escritorio. Agarró una guía y empezó a subrayarla. Odiaba las mentiras, pero ya era cotidiano. Tomó su celular. Estaría enferma otra vez, sí, sonaba típico de ella. Presionó enviar. Y se hundió en esas complejas palabras impresas que formaban el texto frente a sus ojos llorosos.

Mi cuento - Nahuel D`Angelo

Tiempo Perdido.


En 1770, Inglaterra era una revolución constante, en todo el reino se hablaba de máquinas metálicas capaces de hacer el labor de mil hombres en la mitad de tiempo, la cara de los diarios pronosticaban el comienzo de una nueva era, donde las máquinas nos harían la vida mucho más fácil; pero no en Cotswolds.
Cotswolds era un pequeño pueblo pesquero en el oeste del reino, famoso por sus bellezas naturales y sus hermosas colinas. Su economía se basaba en la pesca y en el poco de turismo, pero durante el invierno la actividad era casi nula y la gente de Cotswolds debìa apañárselas para sobrevivir con la recaudación del verano. Pero esto cambiaría…
Durante el invierno de 1771 los habitantes de Cotswolds estaban en crisis, en el verano, la pesca había sido escasa y el turismo se habia conformado por menos de 50 habitantes de europa entusiasmados por conocer la antigua casa de Shakespeare. Las personas estaban enloquecidas, Willie Harrington, el cantinero del pueblo, aseguraba que ni un milagro podría salvar a Cotswolds; mientras tanto el reverendo Lowe insistia en que Dios siempre cuidaba a su ganado, que Cotswolds superaría este invierno cómo había superado los demás.
La tarde del 21 de Enero en Cotswolds seguía la normal rutina del pueblo, la mayoría de personas estaban en sus casas junto al fuego o en la cantina bebiendo unos tragos, nadie esperaba nada, las ilusiones habían desaparecido ya de las personas.
De repente, empezó a escucharse un sonido,  parecido a una campana, pero con la simetría de un reloj. Todo Cotswolds se dirigo a la plaza central del pueblo a ver qué era lo que producía ese sonido, sin embargo solo encontraron a un hombre parado, vestido con esos nuevos atuendos de la ciudad, lleno de botones y con gorros elegantes que brillaban más que sus zapatos lustrados. El hombre dejó notar una sonrisa y con una alta voz se dirigiò al pueblo:
“Buenas tardes gente de Cotswolds, permítanme presentarme, soy William Tempus, pero pueden llamarme Tempus. He venido aquí a salvarlos, he venido a traerles el futuro a sus manos”
Los habitantes de Cotswolds quedaron anonadados, todos querían hablar, pero no sabían que decir, el único que habló fue el hijo de los Clinton, que con una sonrisa de ojo a ojo pregunto: “¿Què es el futuro?”
Tempus comenzó a dar un discurso con palabras que los pescadores de Cotswolds no entiendìan, pero igual lo escuchaban admirados, como si la palabra “industria” que tanto repetía el desconocido, tuviera dotes hipnóticos.
Si bien los habitantes no comprendieron en sì todo el discurso, entendieron la parte en la que Tempus les explico que ya no tendrían que trabajar solo en verano sino que este “futuro” podía darles dinero y comida todo el año.
Entusiasmados, la votación fue unánime, traer estas “industrias” a Cotswolds. Primero llegaron los carruajes llenos de ladrillos y materiales de construcción, luego los metales, después las máquinas, y por último, los relojes. Cotswolds nunca había visto tantos relojes en toda su historia, “el tiempo es oro y no podemos perder ni un segundo” decía el señor Tempus con su acento londinense.
Pasado el tiempo, las industrias se instalaron en Cotswolds, la gente estaba feliz, y, en el invierno de 1772 el pueblo no estaba preocupado por primera vez en la historia de poder llegar al verano.
En cuanto a Tempus, la gente dejó de verlo, se construyó una enorme casa en la colina y no salía a menudo. Pero a nadie le parecía raro, ya que sus relojes hacían el trabajo por èl, marcando los cambios de turno y las horas de producción.
Con el paso del tiempo la gente de  Cotswolds comenzó a replantearse cuan buena era esta industrialización, si bien el pueblo no corría riesgo de desaparecer durante el invierno, las jornadas laborales eran muy largas y la paga muy poca.  Cotswolds ya no era ese hermoso pueblo de gente con tradiciones, hasta el hijo de los Clinton había perdido su espléndida sonrisa, la gente estaba malhumorada y vivía discutiendo entre sì, el pueblo entero había perdido los estribos a manos del “futuro”.
Una mañana la gente se hartò, dejó sus puestos de trabajos y, conjuntamente, todo el pueblo se dirigió hacia la colina, donde estaba la mansión de el señor Tempus. Al llegar, Willie Harrington fue el primero en entrar, rompiendo la puerta a golpes y bajo el grito de “libertad”, pero todo Cotswolds quedó anonadado al darse cuenta que la mansión estaba vacía. Parecia un arbol hueco, no había ni muebles, ni pintura, ni el mismo Tempus se encontraba ahí; las telarañas se esparcìan por todo el techo, dando a notar que el abandono había sucedido hace un tiempo, o quizás nunca había sido habitada.
La gente volvió al pueblo, y, con el sonar de los relojes, procedieron a hacer el habitual cambio de turno en las industrias.

FIN.



Mi cuento - Juliana Guggini Galeano



La dama del retrato.
Enter the Sky by ChristianSchloe
Allí aparecía en mis sueños, en esa torre. Una torre oscura, sucia y sobre toda llena de objetos viejos. Aquella torre,  abandona, que me causaba temor de solo recordarla. Era inmensa, tenía al menos 50 pisos, pero solo conocía el último, donde me esperaba lo peor.
Ella también  aparecía, con un vestido de seda viejo lleno de polvo, una tez blanca, su pelo negro y canoso,  y su intensa mirada, que al poco rato te causaba escalofríos. Si no la conocías, parecía tan amable, tan solidaria, tan buena, aunque había algo en ella que no me gustaba. Siempre me cubría los ojos y me llevaba a un lugar, que por más de que buscase por mi cuenta jamás lo encontraría.
Allí me encontraba, con personas desconocidas, que al parecer eran de distintas épocas y no sabían donde se encontraban. Todos vivían felizmente en aquel lugar,  siempre con una sonrisa  y agradecidos pero con cierta falsedad, como si tuviesen un chip que los manejase. Pero de todas esas personas, que por lo que parecía eran más de cien, había un anciano. Él no parecía feliz, todo lo contrario, estaba con  su peor cara, fruncida y llena de arrugas. “¡No deben confiar en ella, es mala y esto es falso!¡Esto no es real!” gritaba por las calles, pero nadie le prestaba atención.
Una noche, en mis sueños, mientras recorría esa tenebrosa torre, la vi, pero no como siempre lo había hecho. Ella estaba en un cuadro que por lo que vi era bastante viejo, al menos dos siglos atrás. Se encontraba sentada en su silla y de fondo aquellas personas que había conocido en aquel lugar donde ella me llevaba. Pero, ya no eran felices,  parecían tristes y cansados, como si hubiesen trabajado sin parar.
Me desperté abruptamente, sudada debido al temor de  aquella pesadilla. Llame a mis padres, pero ninguno respondía “quizás no me escucharon “pensé.  Volví a insistir, esta vez con más fuerzas, aunque tampoco obtuve respuesta. Comencé a sollozar, el miedo recorría cada parte de mi cuerpo y que mi familia no respondiese mi llamado me alteraba aún más. Me decidí a levantarme e ir a por ellos. Con mucho miedo destapé mis pies y me senté en la cama. En su momento prefería quedarme allí, me causaba más temor salir de mi cuarto que estar sola y dejarlo pasar.  “Fue solo un sueño” me dije a mi misma, y esta vez sí me dispuse a buscar a mis padres.
Me encontraba detrás de su puerta, podía escuchar voces, lo extraño es que había una voz que no era de ellos, era la voz de una señora, ronca y fuerte. Entendí que seguramente estaba alucinando a causa del miedo. Abrí la puerta y me encontré  con ella, jamás lo hubiese imaginado. Estaba ahí, pero esta vez era todo una jovencita. Pelo lacio sin canas, sin arrugas, la piel bronceada, me duele decirlo pero estaba bellísima. No me deje llevar por su apariencia, intentaba empujar  a mis padres dentro del cuadro. Algo más me llamó la atención, y es que también yo estaba en  aquel retrato.
Juliana Guggini Galeano.

Mi cuento- Jeronimo Balla

El Camino del Cuervo

 He oído sobre dos hermanos, son eternos, personalmente no los he visto con mis propios ojos pero por lo que cuentan uno se muestra como una paloma blanca, pura, pulcra, alegre; pero su hermano se revela como un oscuro cuervo negro, con solo su aparición puede enfriar el clima más cálido en un instante. Lo curioso de estos hermanos es que nunca están juntos. Aunque la paloma represente lo positivo, en mi caso, me atrae el ave oscura.
 Se dice que el cuervo se le aparece a alguien una sola vez en la vida, y al igual que los fantasmas, su presencia no se la ve venir, pero se siente. Espero ese día con ansias, y últimamente estoy teniendo presentimientos sobre el tema. Curiosamente después de ese encuentro, se comenta, que esa persona desaparece o algunos vuelven a verla pero no de la misma manera (tengo intriga acerca de que será esa manera).
 También escuché que se exhibe vestido elegante, con un sobretodo, unos pantalones, una galera (se comenta que al encontrarse al individuo que busca, que va a ver por una sola vez en la vida, se saca la galera y hace una reverencia, como si el individuo con el que interactúa fuera superior o le estuviera haciendo un favor de alguna manera) y unos zapatos fieles a su color, pero contrastándose con una diminuta pero polémica camisa blanca. Se le adjudica unas simétricas y (de alguna forma) dinámicas alas y un pequeño reloj de oro al que siempre está atento (¿estará atento a su tiempo? ¿o al tiempo de alguien más?).
 Se comenta que en el encuentro entre él (¿o ella?) y la persona escogida (¿o no siempre estará prevista su elección?) el/la primero/a le concede un deseo (acaso el último) a su invitado (¿o anfitrión?). Ya con los años que tengo, mi decisión sobre que deseo le pediré ya está tomada hace tiempo: tomaría un té mientras desafío en una partida de ajedrez a mi adversario, de alguna manera fusiono mis dos pasiones para convertirlas en una tranquila tarde.
 Aunque, queridos compañeros, hay algo que he notado, algo que han dicho las personas con las que he intercambiado ideas sobre este tema. Les declararé que aparentemente no soy el único que se siente atraído hacia esta mítica criatura, la posible única particularidad que mi ser tenía se ha ido, ya no soy exclusivo, siento un vacío en mí. Aunque algo curioso que mis ojos no han dejado pasar de vista es que, a lo largo de los años que he vivido, que son muchos dada mi edad, solo en este último tiempo he encontrado personas que piensen de esta manera y me ha hecho pensar que ellos no quieren sentirse identificados con el cuervo, sino que su entorno los hace apreciarlo. Verán vivimos en una época en la que cada vez las pocas ganas de vivir de la gente van aumentando, y nosotros incrementamos. Se está perdiendo un balance, quizás el balance más importante, entre las dos aves, no creo que haya vuelta a atrás.

 Ahora sepan disculparme, me tengo que retirar, me parece haber visto un cuervo ahuyentar a una paloma.

Mi cuento. Lala Bugallo



          El canto del ruiseñor




Los primeros pasos del día, siempre cuesta darlos. Sin embargo, esa mañana Pierre se levantó emocionado, pensando en su prometida. ¡Que bella estaría esa tarde!
Todavía adormilado, en el baño, su reflejo le indicó que debía afeitarse. Comenzó la rutina matutina, salvo que esa mañana, decidió lavarse la cara con jabón. Estaba tan nervioso que se refregó como nunca antes, con jabón, con las manos, incluso en el cuello, distraído, con la mente divagante, pasó alrededor de 15 minutos lavándose la cara con agua y jabón. Por fin se enjuagó, ahora su reflejo se mostraba radicalmente distinto. Ni bien, ni mal. Distinto… yo sabía que no debía refregar tanto” se dijo, “qué haré cuando mi querida Annette o el juez no me reconozca? Ya me las ingeniaré, después de todo, vivo para decir y mostrar la verdad. Creo que será un día muy bello, por suerte la visión no la perdí, ni el olfato, mmm, ningún sentido; interesante. Mejor continuo alistándome.
     Ya vestido en la cocina, iluminada por la luz del día que entraba por el gran ventanal, puso a hervir agua y la tostadora en marcha, mientras esperaba, el diario lo informaba. En la página 3 apareció su reportaje; aunque no se pudo ver, sonrió. Su mente viajó hasta la escena que presenció esa noche, ese acontecimiento que le dió un gran reportaje pero al mismo tiempo lo introdujo en una vida peligrosa de acecho y espera. Estar en el lugar y momento erróneo puede resultar fatal. Si bien él no sabía con precisión si alguien lo había visto presenciando el crimen, los nervios, el estrés y la preocupación lo habían atormentado por dos semanas.
  El desayuno fue gracioso, el café se filtraba a su boca pero con las tostadas no hubo manera. “Que idea tan absurda Pierre”. Finalmente agarró sus cosas y partió. Decidió pasar primero por lo de Annette para ganarse su confianza.
   Lo mejor que podía hacer era apresurarse, pues ese día no podía perder ni un segundo. Salió de la casa en bicicleta por la callecita Volta, tan arbolada y colorida, sintió el dulce aroma de la panadería de don Jean, escuchó el suave canto del ruiseñor que lo había perseguido desde el momento en que se despertó, ahora más que nunca se sintió la aproximación de la primavera, incluso se detuvo en un cantero donde armó un hermoso ramo de todos colores para su querida novia. Minutos más tarde, se encontraba en la puerta violeta, siempre había dicho que esa casita parecía salida de un cuento. Toco el timbre y posó el ramo sobre su “cara”. Por el portero se escuchó la suave voz preguntando quien era:
- ¡Pierre!
-¿Pierre? Esperaba verte en la iglesia, ¿qué haces aquí?  
-No vendría si no fuese urgente. Tenemos que hablar.
Entonces sonó la llave y él ingresó por la puerta, por medio del pasillo lleno de plantitas y candelabros, por el jardín hasta las puertas de vidrio a través de las cuales ella vio aquel hombre que se acercaba y gritó como nunca antes él la había escuchado. Grito y corrió a buscar algo con que defenderse. Pierre inocente se acercó con cuidado y le dijo que era él, pero ella con el peinado a medio hacer y una sartén en la mano le dijo que no entrara, entonces el sacó su anillo del bolsillo interno del saco, ello lo miró con curiosidad, “¿de donde sacaste eso?” entonces le relató los sucesos de esa mañana pero ella parecía no escucharlo, todavía la impresionaba mirarlo.
 -“Vete. No te conozco. Lamento no poder ayudarlo pero se tiene que ir.” “
- Si me conoces. Hace 3 años, cuando entré a ese café y vi la verdadera belleza por primera vez acercándose a mí con una bandeja. Esa muchacha que sabia que tenia que conocer, la que olvidó su agendita violeta en su mesa y busqué para devolvérsela. An, soy yo querida, soy yo.
Estalló en llantos y lo abrazó.

         Pocas horas después ambos arribaban a la Iglesia. Juntos le explicaron al juez lo que había sucedido, aunque este no demostró compasión ni empatía alguna. Gritando y haciendo retumbar sus pocas amigables palabras “¿¡Es que esto es una broma!?” repetía. Y como vieron que la suerte no estaría de su lado ambos marcharon con una fe perseverante buscando el lugar correcto donde comenzar su vida nueva.