domingo, 21 de mayo de 2017

Mi cuento- Juan Grunberg

Se gritan los goles mientras se apagan los gritos


Se levantó de la siesta como siempre. Su cuerpo se sumergía dentro de las frazadas y a veces, por un rato, lograba olvidarse del mundo.
A pesar del frío en los huesos, los ruidos en la calle, las bocinas de los autos, pretendían ocultar lo imposible. La gente celebraba desaforada.         Parecía que nada pasaba, o nadie se daba cuenta de nada, o las dos cosas.
Fue a la cocina con su papá y sus hermanos, Matías y Emanuel. Ellos comentaban con pocas palabras apenas audibles algo que había pasado unas horas antes. Había tensión en el ambiente y nada podía ocultar la triste realidad que les estaba tocando transitar.
Comió sin ganas unas galletas de miel, y tomó un poco de café tibio que había sobrado de la taza de Matías.
Prendieron la tele. Festejos y festejos. Apagaron.
Las miradas perdidas de la familia lo decían todo, pero nadie hablaba.
Nadie se animaba a hacerlo.
Salió de su cuarto la mamá, entre dormida y cabizbaja.
Se acercó con pasos tranquilos a la mesa y se sentó sin abrir la boca.
-Una noticia buena, por lo menos- dijo Emanuel rompiendo el silencio.
Nadie le presto atención. Solo la mirada muerta de su padre.
Puro silencio como quien sabe que está de luto.
 El padre hojeaba la sección deportiva del diario: puras noticias del mundial.
La madre volvió a su cuarto igual que como había llegado.
Ana, a pesar de tener quince años, sabía muy bien lo que pasaba.
-¿Podes volver a tu cuarto?  Dijo el papá a su hija, con expresión de terror en los ojos.
Estaba teniendo una conversación secreta con los varones.
Ella no contestó nada. Solo hizo una mueca y regresó a la oscuridad de su cuarto y de su vida.
Aunque se imaginaba de qué hablaban, prefirió no preguntar.
Ya se lo había dicho el padre semanas atrás: la calle está peligrosa, no hables con extraños o mejor: no hables con nadie.
Ahora se sentía algo diferente. Seguro estaban cerca.
 Los festejos en la calle habían terminado, y lo único que se oía era mucho silencio. Ese silencio que se había apoderado de las noches desde hacía tiempo.
En la cocina, susurros. En la calle y en los cuerpos, miedo.
Empezaron a golpear la puerta de entrada. Insistentemente. Más fuerte. Cada vez más fuerte. Matías fue corriendo al cuarto de Ana:-escondete debajo de la cama- dijo y corrió a la cocina.
Ella no hizo caso, la puerta de su cuarto estaba cerrada, pero oía los gritos y golpes provenientes del living. Escuchaba llorar a su madre. Escuchaba llorar a sus hermanos. Después de tanto silencio solo sintió dolor.
Miró a través de la cerradura de la puerta: su familia completa arrastrada a palos por unos hombres encapuchados, y más a lo lejos, en la calle, un Falcon verde.
Eso fue todo lo que vio.
Y nunca más.


1 comentario:

  1. Juan: es evidente que te propusiste no darle todo "masticado" al lector y construís muy bien el marco a partir de los indicios que delinean el terrorismo de Estado. Sin embargo, la historia necesita más elaboración para impactar y conmover con hechos tan conocidos. La focalización está puesta en un personaje que necesita más encarnadura y credibilidad, ya que cuesta verla más allá de la función de ser testigo y sobreviviente. Además, se salta de una idea a otra y se dice sin narrar el clima de miedo y opresión.
    Rever uso de puntuación y conectores, construcción de párrafos.
    NOTA: 7

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