domingo, 21 de mayo de 2017

Mi cuento - Sabrina Trappani



La vida sin vos


    Esa noche como muchas otras, Ludmila se despertó sin motivo alguno. Vio cómo la humedad iba ganando lugar en su cuarto. A pesar de la oscuridad, las manchas marcaban el paso del tiempo. Es sabido que si por la noche te despertás, se debe a que alguien te está observando. El silencio era abrumador. Le hacía pensar en lo que no tenía, en lo que le arrebataron, en la falta, y en la por siempre incomprensible ausencia.
    Sentía que el frío de la noche le helaba los huesos. Lo recordaba y sabía que no estaba. Tantas voces que hablaban de él en silencio. Tantos gestos heredados que no sabía cómo llegaron a ella. Aunque no tenía recuerdos propios, ella era la prueba viviente de que él existió.
    Se aferraba al peluche que le regaló el día que nació, y quería que hubiera estado para llevarla al jardín, a la primaria, la acompañara el primer día de secundaria, que se hubiera puesto celoso por su primer novio, que hubiesen bailado el vals juntos en su fiesta de quince, que la hubiese podido escuchar y aconsejar. Le hubiese gustado que la acompañara en su crecimiento y formación como persona.
    Esa noche se levantó a dar un paseo por el barrio donde creció. Estaba sumergida en los pensamientos, recordando ese dolor que sentía cada vez que le preguntan por él, se resquebrajó ¿Y tu papá? ¿Qué hace? ¿A qué se dedica? Pero qué, ¿están separados? No puedo explicar el vacío que tengo. ¿Por qué me preguntan tanto? ¿No se dan cuenta de que si no lo nombro es por qué me cuesta hablar de el? No es la pregunta, ni quién me pregunta lo que me afecta, sino el hecho de tener que recordar que ya no estás.
    Y la luna comenzó a llorar acompañando su llanto. Ludmila lloraba cada vez que él amanecía en sus recuerdos, que aparecía en sus sueños, y que florecía en sus escritos. Lo sentía. Y le habló otra vez a la luna, tratando de que le llegaran sus palabras, sus lágrimas, sus llantos y sus risas. Queriendo asegurarse de que sepa que lo extrañaba, que lo amaba.
    Volvió a la casa y sintió en el aire que algo había cambiado. Prendió la luz, miró la pared y las manchas no estaban. Él las había sacado antes de partir y entonces recordó que él estaba en todo. Hasta en sus gustos más cotidianos. En la pintura, en el equipo de fútbol aunque no le gustaba ese deporte, en el gusto por la música y el asado.
    Ella no estaba sola, porque él la dejó en manos de su gran compañera. Una hermosa y fuerte mujer que nunca bajó los brazos, que no se dejó vencer por el dolor y la bronca, que es quién le enseñó todo su amor.
    El frío se disipó, le llegó su calor. Sintió su presencia en su habitación, acercándose a ella, acariciándola con las palabras que nunca escuchó pero que aun así la reconfortaban. Notó en su escritorio una gota que parecía un retazo de la luna. Sabía que era una señal, un mensaje suyo que imploraba que ella esté siempre bien, que creciera sana y libre, que estudiara, que disfrutara la vida y que esté bien acompañada. Pero aún así, le costaba. Era difícil concretar y llevar adelante sus deseos siendo que él no estaba y que no podía volver pero lo haría para hacerlo sentir orgulloso.

2 comentarios:

  1. Me gusto mucho este cuento. Utiliza la intencionalidad estética y el uso particular del lenguaje empleando palabras muy lindas que tienden a embellecer a esta historia y que conmueven.
    Micaela

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  2. Sabrina: planteás una idea sencilla y clara, con pasajes conmovedores y una voz atractiva. Sin embargo, no narrás lo que sucede esa noche en particular en la que "la luna comenzó a llorar": se insinúa una ruptura de lo real, un giro que provoca un cambio en el ánimo y la percepción de la protagonista pero no construís una lógica que lo haga aparecer con naturalidad, también para el lector. Así, el encadenamiento de los hechos pierde consistencia por sobreentender un acontecimiento fundamental.
    Rever uso de tiempos verbales, puntuación, repeticiones, innecesarias.
    NOTA: 6,50

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