Todo parecía estar
bien: reinaban la paz y la camaradería; “vive y da vida”, era el lema de
aquellos morochos nativos. La gaia les proveía mucho y el resto, era resultado de sus empáticos
lazos.
La primera en notar el
cambio fue la tortuga más antigua del montoncito de islotes, cuando un bote interceptó la gaiala. En su calmo nadar, notó a aquella casi inédita blanca
exótica, que parecía estar agonizando. Sabia y rememorando, movió las aletas para
ahuyentarla, pero no lo logró.
Bajó en el islote más
alejado, por precaución, y se acostó sobre la clara arena, ya sin opción, a
esperar la muerte, cualquiera fuera… Llegó un hombre, con una exuberante libertad
salvaje, la observó desde incontables ángulos. Luego corrió a su refugio, que
parecía haber salido de un filme de Tim Burton.
-Hola. Sollozó ella sin esperar que la entendiera.
-¿Por qué viniste? Preguntó amablemente mientras le daba un
manto, una humeante bebida y pescado. ¿Puedo? Ella asintió y Silvestre le puso ungüento
en las heridas.
-Mi progenitor envía cadáveres y basura aquí, ¡Y planea
traer toneladas más! Quiero ayudarlos a impedirlo, y preservar su cultura
y paisaje.
- Siempre les digo pero me tratan de
loco; van a comerte. Contestó con tristeza.
Aquella noche, como de costumbre, se
reunieron a danzar alrededor del fogón,
comer, y luego volver a bailar. Cuando llegó la hora de contar un cuento,
Silvestre tomó la decisión.
-En un conjunto de islotes, vivía una
enorme comunidad que no quería que nadie rompiera con su paradisíaca paz, por
lo que cada vez que alguien llegaba a la isla, lo cenaban. Adobaron a cada
visitante (no sin juzgar cada caso
antes) a excepción de uno solo. Era un pequeño niño que habían traído en contra
de su voluntad. Pero no solo las mujeres que lo adoptaron lo llenaron de amor, sino que toda la isla lo quiso. Adoraba la comunidad, pero él creció cargado de culpa, sintiéndose con menos
identidad y muy distinto. Solía aislarse en La Amapola , islote en el cual
habían desembarcado quienes lo trajeron. Allí jugaba con los objetos que el océano le brindaba y con los que le
quedaron y experimentaba e inventaba. Ahí, rompía en libertad. Como ningún otro habitante pisaba ya La Amapola , nadie le creyó
cuando les dijo que llegaban muchos nuevos habitantes sin vida. Silvestre siempre lo
repitió pero los nativos creyeron
que era otro mas de sus delirios. Para ellos, ese islote tenía energías
negativas, ya que les habían llegado mareas rojas y extraños objetos y él al
frecuentarla, terminó maldito con la soledad y, la extravaganza . Hasta que una noche como aquella,
una mujer llegó y le dijo la causa: un malvado y poderoso sociópata, tiraba
allí su basura. Como ella vino con la heroica y kamikaze misión de ayudar a los isleños, estos comprendieron
que no debían comerla. Incluso no se necesitó del consejo para decidirlo. Juntos lograron que ningún polizonte más, llegara a la isla.
Muchos se quedaron atónitos, otros reflexionaron y otros lo abuchearon
y le dijeron que dejara la
Amapola y que era imposible que él pudiese entender a esa mujer porque
nadie conocía nuestro lenguaje. Pero ellos bien sabían que él era el único
extranjero aceptado allí y que no había olvidado sus raíces: se quedaba horas
mirando esos “libros” y tocando sus raros instrumentos, entre otros tantos disparates.
Mientras tanto en Amapola, Amaranto buceaba
en la penumbra de aquellas desconocidas costas, son su cámara infrarroja. Él
tanteaba con las manos y hacía pozos en busca de alguna vida pasada. Cuando
ve algo que va trayendo una ola y sí, era una familia entera exiliada del mundo. Ya con las pruebas necesarias (su misión realizada) se marchó, tal como le había jurado
a Tiffany.
Aquella noche, marcó un antes y un después.
Aquel asqueroso burgués perdió toda libertad. Pero los isleños sintieron
muchísima culpa. Creían en el perdón. Por lo tanto, mediante Tiffany y Amaranto, lograron traerlo cautivo. Si bien perdió la independencia todo el
trayecto hasta allí, una vez en la isla la recuperó ¡Y mucho más!
Mediante
terapia de amor, y no de shock, él entendió. Y si bien las familias de los
naufragos cuerpos no consiguieron la suficiente justicia porque nadie les
devolvería aquellas vidas, aquel burgués usó su poderío para hacer del mundo un
lugar mejor. Desgracias tales como guerra, hambre, violencia, discriminación y hasta capitalismo
fueron erradicados.
Alina: la idea disparadora es buena pero no cierra tal como la escribís pues hay incoherencias en la historia y en la expresión que la deslucen y distancian al lector de cualquier posibilidad de conmoverse con lo que le sucede. Por momentos, es casi imposible entender. Por ejemplo: "En su calmo nadar, notó a aquella casi inédita blanca exótica, que parecía estar agonizando. Sabia y rememorando, movió las aletas para ahuyentarla, pero no lo logró." "Aquel asqueroso burgués perdió toda libertad. Pero los isleños sintieron muchísima culpa. Creían en el perdón. Por lo tanto, mediante Tiffany y Amaranto, lograron traerlo cautivo. Si bien perdió la independencia todo el trayecto hasta allí, una vez en la isla la recuperó ¡Y mucho más!
ResponderBorrarMediante terapia de amor, y no de shock, él entendió."
El final suma más confusión.
Rever uso de tiempos verbales, puntuación, párrafos, gerundios, conectores, construcción de oraciones.
Al editar, los párrafos deben alinearse con la herramienta "justificar".
NOTA: 4